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La política adversarial continúa determinando las actitudes, las declaraciones e incluso las acciones de una parte de la sociedad mexicana. Sobre esa corrosiva plataforma de maniqueísmo en su peor expresión, se pretende proyectar la imagen de un país fracturado, cuando en realidad la fractura existe solamente entre una mayoría, por lo general silenciosa, a excepción de quienes hemos optado por no callar; y una minoría muy activa, sobre todo en las redes sociales, dentro de la cual se manifiestan personas respetables, de buena fe, dentro de un amplio conglomerado de fanáticos que incitan a la violencia.
He citado anteriormente a quien, a mi juicio, fue uno de los últimos grandes políticos mexicanos, con empaque ideológico y experiencia real, con visión de Estado, de futuro y capacidad de consenso, Jesús Reyes Heroles: en política, la forma es fondo. En todos los países civilizados se guardan las formas y se escucha a la otra parte, porque el respeto es la base de la convivencia constructiva y, a fin de cuentas, nadie sabe quién será un aliado en la próxima negociación.
También me he referido a Carlos Madrazo, otro personaje fundamental en la vida política mexicana, quien anticipaba hace más de cuatro décadas: “En nuestro país es necesario saber escuchar a los demás”. Dentro de tal contexto, resulta desalentador que muchos de los protagonistas actuales desechen la forma y el fondo, porque no saben siquiera respetarse a sí mismos.
El respeto al derecho del contrincante político a expresarse, es un principio fundamental en cualquier sistema democrático. En el entorno mexicano de las últimas décadas, casi todo ha transcurrido en la dirección opuesta, en la opción generalizada por la política adversarial, de enfrentamiento, de ruptura. El significado más profundo de esta dislocación, es que no se pueden intercambiar ideas, comparar planteamientos o negociar posiciones.
Si las partes no pueden escucharse, mucho menos podrán entenderse y sin este último requisito, resulta improbable que logren acuerdos que satisfagan a todos los involucrados. Esta realidad amenaza la viabilidad futura del país, porque las diferencias entre esos dos segmentos de la sociedad, el mayoritario, muchas veces pasivo y silencioso; y el minoritario, estridente y provocador, violento si le viene en gana, son cada vez más profundas, tanto como la ausencia de capacidad y voluntad de muchos políticos y personajes públicos, sobre todo los más vociferantes de la seudoizquierda, para comunicarse.
El problema, finalmente, no reside en las diferencias –situación quizá indeseable, pero real y no particularmente distinta a la de muchas otras naciones— sino en una incapacidad fáctica para sortearlas y construir un futuro mejor. De ahí que las versiones y las visiones antagónicas de lo que ocurrió a partir del viernes, con el desalojo del remanente de los grupos de choque de la CNTE que permanecían en el Zócalo de la ciudad de México, sean contrastantes y contradictorias.
En las redes sociales, como suele ocurrir cada vez con mayor frecuencia, se dio pábulo al escándalo sensacionalista, irresponsable y provocador. Se habló de una represión equiparable a la de 1968 –y quienes utilizaron este símil absurdo en su vida han sabido lo que fue aquel movimiento–; y se difundió que el operativo de la Policía Federal había sido sangriento, con lujo y exceso de violencia.
No importa que incluso las fotos y los videos debidamente manipulados demostraran lo contrario, con lamentables excepciones de algún exceso aislado y no por ello menos condenable; o que se dieran a conocer documentos gráficos equivalentes que demostraban sin lugar a dudas de dónde provino la violencia, esa violencia que ha sido el arma favorita de las hordas fascistas carentes de argumentos. Fueron los miembros de la CNTE y sus aliados del lumpenproletariado urbano, quienes se cansaron de agredir con palos, piedras, petardos, bombas molotov; y encendieron fogatas en la plancha del Zócalo.
Después vendría la ceremonia del Grito. El Presidente Enrique Peña Nieto la encabezó por primera vez, ante una Plaza de la Constitución completamente llena, pese a la pertinaz lluvia. La embestida de la descalificación no se hizo esperar: desde la difusión de imágenes a deshora –tomadas antes o después de la ceremonia–, supuestamente para demostrar la falta de asistencia; o las presuntas evidencias de una movilización de acarreados desde el Estado de México.
Los contingentes mexiquenses que acudieron, convocados por el PRI estatal, fueron una evidente, notoria minoría, entre la multitud. Y más allá de que en todos los países del mundo se considera legítimo que los partidos acudan con sus propios contingentes en apoyo de sus líderes, tanto partidarios como gubernamentales, el esquema de la política adversarial fue claro una vez más: si Morena o el PRD proporcionan transporte a sus militantes para acudir a los eventos de Andrés Manuel López Obrador, es una sana práctica política, una necesidad del pueblo bueno que anhela estar cerca del mesías tropical. Si lo hace el PRI, es indigno, indebido, fraudulento, sucio.
¿Y qué decir de las caravanas de autobuses que han sido utilizadas por las escuadras de choque fascistas de la CNTE? En este caso tampoco hay reproches, porque se trata de los maestros que defienden la gratuidad de la educación, preocupados además por la calidad de la enseñanza que recibirán las futuras generaciones. Mentira. La CNTE y sus líderes conservan y se aferran a las estructuras caciquiles, patrimonialistas y corruptas del SNTE.
Pactan con el poder, reciben sobornos millonarios, se prestan a ser instrumento para dirimir pugnas políticas y, sobre todo, reivindican el derecho a heredar o vender las plazas y a no ser evaluados en su capacidad real como formadores de niños y jóvenes. He señalado ya que son ellos los que han privatizado la educación en su beneficio; y son ellosmlos que obtienen cuantiosos recursos para sus movilizaciones y plantones; y además, exigen que se les pague por el trabajo no desempeñado.
Muchos de sus defensores de oficio en los medios sectarios que niegan su estirpe, se rasgan las vestiduras acerca de un supuesto linchamiento mediático contra los seudoprofesores. Mienten; y lo hacen por consigna y por interés. Exhibir su violencia irracional, su vandalismo, su intransigencia, su cerrazón al servicio de un liderazgo caciquil, su visión patrimonialista de un trabajo que debiera consistir, principalmente, en una verdadera vocación de servicio, es un deber.
El linchamiento mediático funciona a la inversa; y las almas ingenuas que creen hacer lo políticamente correcto en su defensa a ultranza de la CNTE y sus aliados y cierran los ojos ante la realidad siniestra de este fascismo seudoizquierdista, no son sino instrumentos de un embate contra la nación, que no está fracturada, sino asediada.